El Club De Los Viernes by Kate Jacobs

El Club De Los Viernes by Kate Jacobs

Author:Kate Jacobs
Format: mobi
Published: 2010-03-16T22:01:27+00:00


«Bienvenida a casa en Jersey», pensó Darwin mientras subía los dos peldaños que llevaban de la puerta principal al salón; tiró las llaves sobre la encimera de formica de la cocina y vio el calendario con su foto de tulipanes. Abril. No lo había cambiado desde… bueno, desde aquella noche. La noche con Elon. Se estremeció, hurgó en la mochila y sacó el teléfono móvil para llamar a Dan.

- Hola, soy Dan. O estoy durmiendo o en el hospital, de manera que deja un mensaje.

¡Típico! Empezaba a resultar imposible ponerse en contacto con él. Hablaban cada pocos días, pero siempre era con apresuramiento; Dan estaba exhausto y, como respuesta a su exasperada preocupación, Darwin insistía en que no pasaba nada. Tenía la sensación de que, de algún modo, lo sospechaba…, aunque sencillamente no había modo de que pudiera saberlo.

Se dejó caer en el viejo sofá de color café, el que le había comprado por ciento cincuenta dólares a la anciana del piso de al lado cuando se mudó, y apartó un montón de ropa limpia. Al principio lo había lavado todo: todas las sábanas y las toallas, las que se habían utilizado, las que Elon tocó, y luego, todo lo que había en el armario de la ropa blanca. Lavó una y otra vez los ofensivos vaqueros, medias y calcetines que llevaba aquella noche y después puso una lavadora tras otra con el contenido de todos los cajones del tocador, hasta que hubo limpiado todo aquello que podía resistir el agua. Fregó las encimeras de la cocina con lejía; frotó el suelo hasta que hizo relucir el linóleo desgastado; echó en el inodoro una pastilla que prometía meses de desinfección y que lo volvió azul.

Se dio duchas vaginales.

La ropa limpia estaba pulcramente plegada y apilada esperando a que la guardara o planchara. Pero un día entró por la puerta de su apartamento y, sin echar ni siquiera un vistazo al trabajo que tenía por hacer, se sentó. A oscuras. Y lloró. Desde entonces ya no había vuelto a hacer ni una sola colada, ni planchado, ni ordenado y guardado la ropa; no había cocinado, ni tampoco dormido. Al menos, no en la cama. Ahora mismo tenía el codo apoyado en un montón de camisas que, si bien no estaban exactamente sucias, casi seguro que ya se había puesto. Algunas. Tal vez. No se acordaba. Casi todas las mañanas se limitaba a sacar de las muchas pilas alguna prenda para ponerse en la parte de arriba, la sacudía y se iba a clase, con la parte de abajo embutida en unos vaqueros.

Sólo podía mantener al día el reciclaje. Todos los recipientes vacíos de comida para llevar tenían que salir de allí. Era lo único que podía seguir haciendo como era debido. Porque si no hacía ni siquiera eso, la antes maniática futura profesora a quien le encantaba planchar estaría viviendo rodeada de cucarachas. Y ni siquiera ella se merecía eso, ¿verdad?



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